Empecé a ser feliz el día que aprendí a priorizar, a seleccionar, a renunciar a cosas sin malos gestos ni palabras.
Empecé a ser feliz el día que recordé que quejarse y criticar no aporta y dejé de llevarme por esa marea fácil.
Empecé a ser feliz el día que descubrí que no hay nada de lo que arrepentirse, que lo malo no es tan malo y te hace crecer, que dar la vuelta a la tortilla es posible y maravilloso.
Empecé a ser feliz el día que aprendí a respetarme, a mi cuerpo, a mi mente, a confiar en mis valores y mi forma de ver la vida.
Empecé a ser feliz el día que aprendí a ser más tolerante, a comprender mejor y a respetar más, a tener siempre mi mejor sonrisa para dedicar.
Empecé a ser feliz el día que recordé que ayudar y dar lo mejor de mí daba sentido a mi vida y lo hice más consciente y satisfecha.
Empece a ser feliz cuando aprendí a ser más humilde, y descubrí que despojarme de cosas materiales me hacía libre.
Empecé a ser feliz el día que dejé de compararme y empecé a vivir mi vida en nombre propio.
Empecé a ser feliz el día que descubrí que ni yo ni la vida es perfecta, y que no tenía que esperar a que eso llegara.
Empecé a ser feliz el día que aprendí a valorar cada instante con intensidad y a dar las gracias por ello.
Empecé a ser feliz un día llamado hoy, sin esperar a mañana.