jueves, 26 de septiembre de 2019

Brillar con luz propia

Hace algunos años se puso muy de moda, y de hecho lo hablaba en un post, eso de la zona de confort, la de pánico y la mágica.

Es muy gráfico, y muy real.
Ahora, de nuevo, he vuelto a cruzar esa pasarela.

Soy miedosa, valoro la comodidad, intento no perderla de cien maneras, pero por encima de todo, persigo lo que quiero, y no descanso hasta encontrar las armas para conseguirlo siempre.

Y, francamente, merece la pena.

No hay duda de que, con independencia de lo que venga, sentir que das un paso en la dirección correcta, afrontando los riesgos y consecuencias, es realmente mágico. Compensa. Siempre compensa.

Para mí, estos son los momentos por los que merece la pena luchar en la vida.

Esas sensaciones, las que refuerzan las convicciones. Y hacen creer en el instinto. Sensaciones de realización, y de fortuna.

No hay nada como vivir fluyendo.
Alcanzar una meta.
Caminar en el presente construyendo futuro.

Sin maquillaje, sin aditivos.
Brillando con luz propia.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Vacío

Te invade justo un instante después de haber dado el paso definitivo.

Al principio parece vértigo, como si de un precipicio acabases de saltar. Indescriptible, potente, insoportable.

Tan sólo unos minutos más tarde, la aceleración del salto se empieza a desvanecer, iniciando la caída.

Sientes el estómago encoger.
Te duele, da vueltas, necesitas cubrirte la tripa con las manos para ofrecer protección, evitando que el pánico se apodere de tu cuerpo.

Quisieras volver a tierra firme. Esa tierra en la que, ya fuese en un sofá o de pié, de tacones, de puntillas o escondida en un huequito de la pared, te permitía agarrarte.

Esa tierra firme a la que ya no puedes volver.

Nerviosa, miras atrás, haces aspavientos en vano.
Piensas que tú, querías, o más bien supiste que tenías que saltar, pero te enfada que no te sujetaran, o intentaran convencer de permanecer.

Y sientes que es el producto de tu decisión, sin interferencias.
Lo que tenías en la cabeza, pero no en la emoción.

Aún esperas que sea un juego, y el cable elástico alcance su máximo. Que de forma inesperadamente emocionante retorne con un fuerte impulso hasta ese prado verde allá arriba.

Que te siente con las piernas colgando, de la cima a la pared y te permita admirar la inmensa brecha que acabas de sobrevolar, sin secuelas. Y sólo sea una experiencia intensa y que no quieres volver a repetir.

Pero tocas, palpas, buscas... y sigues sin encontrar el arnés.

Lo inevitable está por llegar.
Miedo. Tristeza. Angustia o ansiedad. Miras hacia todos lados buscando una salvación.

No hay rastros de vida humana que te devuelvan a ese prado verde.

Pasa tiempo. Interminable.
Parecen horas, días. No te rindes pero empiezas a pensar que es el final.

Tienes suerte. Miras abajo, y ves. Ves a toda esa gente que sin esperar nada a cambio, te han tendido un colchón, portan un botiquín, una mantita, y un cálido té.

Vas a caer, y las lesiones del impactos son inevitables.

Pero toda esa gente, que no puede devolverte a ese prado, sin embargo te espera para evitar lo peor.

Y caes, y te duele, acuden a tu socorro.
Te dejas querer.
Has logrado sobrevivir, y sientes que era una pesadilla pero estás para contarlo.

El vacío seguirá siendo vacío.
El vértigo, el pánico, el miedo, seguirán siendo parte de mi experiencia.
Donde me hice herida, cicatriz permanecerá.
Pero el dolor, con el debido tratamiento, irá remitiendo hasta ser parte del recuerdo.

Aún espero poder volver a ese prado sin sentir que tengo que saltar.