domingo, 16 de octubre de 2016

El limonero de mi jardín

Casi 20 años atrás. Familia numerosa, joven, próspera y cargada de ilusiones. Una casa andaluza, grande, luminosa, nueva, con patio, terrazas y jardín.
Aunque me hacía sentir afortunada tenerlo, nunca presté especial atención a este jardín. Casi siempre hubo una palmera delante de la puerta interior, un pino enorme a la entrada, jazmines, dama de noche, que nos deleitaban las noches de verano, a veces rosas y toda una hilera de cipreses que hacían de seto para dar intimidad.
Mi abuelo, al llegar como cada sábado a la hora de la paella, siempre sin excepción se paraba a observar otro arbolito que poco llamaba la atención, para después comentar con mi padre la no evolución en su crecimiento.
Pasaron los años y ese arbolito continuaba igual, pequeño, sobreviviendo, pero sin crecer ni dar fruto alguno.
Mi padre no hace mucho decidió que esto del jardín le llevaba mucho trabajo y generaba demasiada humedad al piso inferior, así que todo el césped, los cipreses pasaron a mejor vida y decidieron ensolar dejando solamente los árboles centrales, el arbolito permaneció.

17 años después, el débil arbolito empezó misteriosamente a crecer a un ritmo llamativo y a dar lindos limones! Y es que, sencillamente, necesitaba su espacio para aguardar las raíces y expresarse.

Curioso aprendizaje. Respetar el propio espacio para crecer. Para que aunque no mueras, no te quedes estancado. Para florecer.