sábado, 24 de agosto de 2013

La historia del limpiabotas

Hace unos días me contó mi padre algo que le había sucedido, y me conmocionó. Me demostró una vez más, uno de sus muchos valores. Toda una lección de humildad, compasión e inteligencia.
Mientras caminaba por el centro de la ciudad se cruzó con un señor que se dedicaba a limpiar zapatos, una profesión prácticamente extinguida. Sin pensarlo dos veces, solicitó amablemente sus servicios. Para sorpresa del trabajador, encontró que los zapatos de mi padre estaban relucientes e incluso le advirtió de que era innecesario. Sin embargo, mi padre insistió en que los limpiase y el señor accedió. Muy lejos de ser arrogante, exigente o querer aparentar, aprovechó este momento mi padre para enaltecer enormemente el trabajo que el limpiabotas realizaba. Le transmitió la valía y la belleza de su profesión, la importancia de ganarse la vida con honradez y dedicación.
Se fue el señor con una grata sonrisa y cara de satisfacción.
Y es que, en cuestión de personas no hay niveles ni alturas. Todo el mundo tiene valor por encima de su posición. Y no hay nada más bonito que recordarlo a quien pueda sentirse inferior.


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